El gasolinero gay y el atracador

Jon Bicho

Publicado septiembre 15, 2024

A Pedro le tocó el turno de noche en la gasolinera que trabajaba, las noches siempre eran tranquilas, aprovechaba para ver series turcas en Netflix, donde los capítulos se hacían infinitos pero él estaba súper enganchado por la belleza arrebatadora de los hombres turcos. Soñaba con tener un hombretón turco en su vida que fuera grande, robusto y lo llevara en volandas.

A sus 50 años, llevaba media vida en ese puesto de trabajo, no era un curro estresante, tenía un buen sueldo y bastante tiempo libre para dedicarse a sus labores y sus pequeñas aficiones, salir a cenar, tomar cafés, y tener sesiones de terapias de aceptación y superación de complejos anodinos, pero que te arrugaban la piel de tus sentimientos.

Pedro tenía muchos conocidos y colegas, pero logró formar un grupo de amigos imprescindibles, tres, que se los presentó el azar del destino, que a veces sabe mucho, para llevar a cabo estos eventos de terapia de sinceridad, de los que muchas personas les agradaría tener. Se reunían un par de veces a la semana y hablaban desde las profundidades de la empatía, del respeto y de los consejos objetivos capaces de escuchar los sentimientos más ocultos y perturbadores, que pueden aturdir a cualquier persona o diminutos problemas que algunas veces los hacemos demasiado grandes por no tener otra perspectiva, que luego se diluían en el viento de la conversación cuando los hablabas, y esos pequeños fantasmas se transformaban en anécdotas superadas.

Pedro tenía varios perfiles en aplicaciones gais, Grindr, Wapo, Scruff, buscaba al hombre de su vida, pero a pesar de que había estado con muchos, no había encontrado el amor recíproco. En su perfil se describía como romántico, soñador, que le gustaba hacer el amor entre líneas de caricias, cariño y besos, para él eso era imprescindible. Su foto de perfil siempre tenía una sonrisa ocurrente y alocada, en su descripción física ponía que media 172 cm, pero eso no era cierto, porque media 170 cm, pero en esas aplicaciones todos gais se quitan años y se suman centímetros para tratar de venderse mejor, luego cuando se conocen en persona la verdad del físico se impone. Pedro de vez en cuando ponía alguna foto de su cuerpo semidesnudo, apenas tenía pelo en ese cuerpecito que Dios le había dado, no era perfecto según los estándares, ¿pero quién es el que los marca y decide? seguro que es un hombre insatisfecho de su cuerpo. 

Tenía una diminuta barriga, que él siempre decía que estaba embarazado de mellizos, le encantaba hacerse autorretratos de risas, lo hacía para superar su timidez oculta. Un pelo corto estilo soldado de remplazo, empezaba a predominar el gris sobre el negro, hacia conjunto con su barba breve y escasa, en su cara las arrugas ya cobraban fuerza, era debido a su pasado amargo que habitó en su ser, le dejó recuerdos de esa época para que nunca los olvidará, recordar que todo problema tiene solución si se quiere y a las sonrisas que procesaba ahora después de pasar el luto de la depresión. Siempre reía y riendo era la fórmula de su felicidad exprés y cotidiana, se había convertido en una luciérnaga con luz propia, después de dejar enterrado y sepultado un viejo vicio que casi le arruinó y lo mató, cuando lo superó lo hizo más fuerte. Sus dos ojos marrones saltones los cubrían con el velo de unas gafas retro, estilo de los 70, pero lo mejor de él era su carácter afable, pacífico, nunca juzgaba y su generosidad humana le predominaba, siempre tenía el corazón predispuesto para regalártelo, sin pagar un peaje.

Pedro estaba fumándose un cigarro en el lateral del edificio de la gasolinera, ya eran las 6 de la mañana y su turno le quedaba poco para terminarlo, de repente llegó un chico en un Ford Fiesta blanco del año 2000, con muchos kilómetros y unos cuantos bollos, bajó el conductor, un hombre imponente, de unos cuarenta años, 189 centímetros de altura y 105 kilos de peso, con pelo moreno frondoso, alto largo y desaliñado, que se lo tapaba una gorra de béisbol roja Nike, con barba tupida negra como el carbón recién extraído de la mina, en la mejilla derecha tenía una cicatriz de unos 6 centímetros de larga, le llegaba hasta el pómulo y llevaba unas gafas de sol que le tapaban un poco esa marca y le ocultaban sus ojos marrones oscuros desesperados y tristes, se aproximó a Pedro le pidió un cigarro, este sacó su paquete del bolsillo del pantalón le dio uno, le ofreció hasta fuego, el hombre encendió el pitillo metió un par de caladas con mucha ansiedad, estaba nervioso porque sabía lo que iba hacer, sacó una navaja enorme de 12 centímetros de su bolsillo del pantalón, la abrió y la empuñó con su mano derecha y la llevó hasta el estómago de Pedro, y le dijo:

-Si no gritas y no te haces el héroe esto terminará en seguida y no te pasará nada, el dinero que voy a robar no es tuyo, es del cabrón de tu jefe. ¡Date prisa! ¡Vamos dentro!

A Pedro le temblaban las piernas y el corazón le iba a 1000 revoluciones, resonaba en su interior en estero, entraron dentro de la oficina, pasó el cerrojo de la puerta para evitar que alguien pudiera entrar mientras sustraía la caja, Pedro se dirigió al mostrador y abrió la caja pero no había mucho efectivo, Daniel se puso muy nervioso y tenso, le dijo a Pedro 

-¿abre la caja fuerte que seguro que hay hay mucho dinero?

Pedro le respondió no tengo las claves y el dinero se lo llevan a las ocho de la tarde. 

En esos momentos llegó una patrulla de la Guardia Civil a repostar, eran clientes habituales, se acercaron a la ventanilla para decirle a Pedro que querían el depósito lleno, pero el comportamiento de Pedro era anormal, estaba sudando y titubeando, mirando hacia el infinito. Llenaron el depósito y se subieron al coche, arrancaron y se fueron, uno de los guardias civiles se percató que estaba aconteciendo algo anormal, por el comportamiento errático de Pedro que siempre era afable y bromista con ellos.

El sargento que conducía y tenía una extensa experiencia en atracos a gasolineras, le dijo a su compañero novato, ¡aquí pasa algo!

Se detuvieron en el parking trasero de la gasolinera, dejaron el coche aparcado, querían comprobar que todo estaba correcto y fueron andando sigilosamente hasta el edificio, para no llamar la atención, se asomaron por la ventanas discretamente, se percataron que dentro había un individuo con aspecto sospechoso acompañando a Pedro con una navaja enorme en su mano apuntando al cuello, la sospechosa del sargento Martínez se confirmó, este le dijo a su compañero Pérez que se deslizará hasta puerta principal comprobará a ver si estaba sin el cerrojo pasado, y eso hizo pero la puerta estaba bien cerrada, lo internaron también por la puerta trasera, también lo estaba. Esas dos puertas blindadas iban a ser difíciles de abrir y sin hacer ruido. El atracador se percató de la presencia de la autoridad gracias a las cámaras de seguridad que delató al novato Pérez, porque no supo esquivarlas. El atracador empujó a Pedro,  hasta la ventana, lo cogió del cuello con su brazo izquierdo sujetándolo fuertemente y con su mano derecha que empuñaba la navaja de la puso en el cuello, para que los guardias civiles lo vieran, les dijo 

-¡Si entráis lo rajo de arriba a abajo como a una lubina y luego me lo como, os dejo a vosotros sus tripas!

Pedro se acongojó, pero también le dio un escalofrío de morbo que lo moviera de esa forma tan brusca, y notar la polla del atracador rozándole el culo, lo ruborizó.

El morbo a veces no tiene explicación psicológica ni comprensión intelectual, es independiente de nuestra lógica racional y puede sacudir nuestros estereotipos emocionales convencionales que nos han arraigado y sorprendernos gratamente, es incomprensiblemente maravilloso.

Eso es lo que le pasó a Pedro, pero no fue el único, el atracador también se percató de que su atributo masculino creció entre sus calzoncillos energéticamente e ilógicamente, nunca le había acaecido ese sentimiento anónimo con otro hombre, se dejó llevar por esa fuerza emotiva natural, siguió sujetando a Pedro, quería comprobar que lo estaba ocurriendo en su yo masculino, y si estaba siendo real y porque fue provocado, de que mundo venía esa atracción, el gay. 

Pedro se percató que no solo había una navaja apuntando a su garganta, sino también una polla enorme y dura a su culo, estaba rodeado, no había escapatoria.

Empezaron a llegar más coches de la guardia civil, y los UEI, la unidad de élite para rescatar rehenes, con esos cuerpos tan moldeados de músculos y duros como el mármol, cercaron toda la gasolinera, iba a ser un hurto rápido y express, se convirtió en noticia, empezaron a llegar medios de comunicación para difundir el atraco en directo. Ya no había escapatoria para Manuel, el famoso y escurridizo delincuente de gasolineras, estaba acorralado.

El negociador de la benemérita se puso en contacto por teléfono con Manuel, haciendo una propuesta para que dejara libre a Pedro, pero se negó, este quería un coche veloz y que se fueran. El negociador le dijo que necesitaba más tiempo porque tenía que consultar con sus jefes. 

Manuel le dijo a Pedro que desconectara las cámaras de seguridad del interior para que no les pudieran ver, y que bajara las persianas de los ventanales para que no se pudiera ver desde el exterior lo que acontecía en el interior. Como buen rehén obedeció las órdenes. Ya llevaban dos horas encerrados, la espera desespera, Pedro intentó convencer a Manuel de que se entregará, diciéndole porque no terminas con esto, te dejas coger, yo hablaré en tu favor para que la pena sea menos dura.

-Manuel le dijo, me da igual todo, tengo 40 años y han sido una mierda todos los días, desde que nací, hasta hoy, un padre déspota y maltratador, una madre alcohólica y puta, yo iba de una casa de acogida a otra, y abusaron de mi y cuando me hice adulto no me contrataban en ningún trabajo por mi aspecto agitanado. ¡A estas alturas, me da igual todo!, lo perdí todo al nacer, y la cárcel la conozco bien, no le tengo miedo, es mi selva.

Pedro empatizo con la desgraciada vida de Manuel, se ofreció para darle un abrazo de consuelo. Manuel percibió tanta ternura y honestidad en ese abrazo que se terminó de derrumbar como las columnas del viejo panteón.

-Nadie me ha abrazado hasta la fecha como tú lo has hecho.

-Seguiría abrazándote mucho más y hasta el infinito, si me dejas.

Esta vez el permiso para abrazar no fue una confirmación verbal, fue visual.

Se volvieron a fundir en otro abrazo, pero este fue más intimista y ardiente, luego se miraron fijamente a la cara y empezaron a besarse, se metieron la lengua hasta la garganta, ese morreo duró diez tiernos minutos.

Manuel con todo lo rudo que era por fuera, en su interior era un trozo de pan mojado en leche y ColaCao, nadie supo apreciarlo, ni darle una oportunidad para demostrarlo, vivía a base de palos como un caballo de carga.

Lo que comenzó como un sencillo atraco, se desvió hacia la trastienda de la gasolinera, se tumbaron en el camastro de colchón duro que había para los trabajadores que utilizaban para descansar, se despojaron de la ropa, se encontraron, una alma desatendida y destrozada por su historia maltrecha, con otra alma que le encantaba repararlas, como hicieron con la suya, se veía comprendido con las causas imposibles, era una especie de cadena de favores.

Empezaron a follar como si fuera la última vez y el mundo se terminará ese día, Manuel follo el culo de Pedro una y otra vez, con su enorme polla de veintiún centímetros, no paraba de correrse en el culo tan estrecho de Pedro, que se abrió con la fórmula secreta de la saliva y la pasión, llevaba años de represión acumulados, esa mañana Manuel descubrió un secreto suyo, le gustaban los hombres, se sintió libre a punto de ser apresado por la guardia civil, y Pedro sintió el amor como nunca, y el placer por primera vez. 

Después de ejercer de amantes de la gasolinera durante una hora intensa, se fumaron unos cigarrillos tumbados en el camastro que lo ablandaron con el sexo.

Con tanta distracción no se percataron de que la guardia civil había entrado, los pilló in fraganti y desnudos, se llevaron a Manuel esposado, y a Pedro lo introdujeron dentro de un coche de patrulla y un periodista le preguntó si había pasado miedo y si se encontraba bien, Pedro le respondió “estoy genial, me han atracado el culo y me han robado el corazón”

Un día cualquiera, de cualquier día normal en la vida de una persona anónima e introvertida, el decidió salir a conocer personas de una manera diferente, llevaba mucho tiempo encerrado en su timidez, pensó que la mejor manera de abrirse e interactuar con los humanos era dando masajes tántricos, nunca lo había hecho,  quizás llegaría a explayarse y romper ese silencio que todos llevamos dentro que nos habla con pequeños susurros sinceros y atrevidos, “¡Hazlo!”

Su profesión por vocación era la física, con sus teorías y todas las fórmulas que con llevan, esta rama de la ciencia tiene muchas y las que falta por descubrir y demostrar, la física es infinita e indeterminada en algunos situaciones semejante a las personas. 

Se sentía encapsulado, quería poner en práctica la nueva teoría, el alma de la física y su cuerpo, deseaba romper su silencio interior, pensó que sus manos tenían un don, y podía trasmitirlo y conectar con otros cuerpos y llegar a tocar el alma de algún humano desconocido para conocerlo, poder relacionarse y abrirse a este mundo fatigada y estresado por las prisas y la hipocresía del desdén.

Llego el día que comenzó a dar los deseados masaje a personas anónimas y clases de yoga sin frontera, lo llamaba así porque sus alumnos mientras lo practicaban y estiraban los músculos del cuerpo para crear una distensión, alma cuerpo, lo realizaban desnudos, así la vergüenza se desvanecía por debajo de la puerta. 

Su nuevo trabajo lo ejercía en paralelo al otro, lo mantenía en secreto, ese dinero extra que le proporcionaba no le hacía falta para pagar facturas, pero corría el riesgo de que si se enterara su jefe, chafado a la antigua lo despediría, pero el riesgo valía la pena, esta vida hay que hacerla de cemento armado si no quieres que te destruyan.

Los nervios de su cuerpo corrían más rápido que la sangre por sus venas, se paró un instante en el descansillo de la habitación donde iba hacer su primer masaje, su cliente le esperaba, para los dos era la primera vez, se presentaron e intercambiaron dos besos budistas en la mejilla, le invitó a desnudarse completamente, para que el masaje fuera más fluido y levitador, los dos permanecieron sin ninguna prenda, habitaba el silencio, sus manos recorrían y se deslizaban por el cuerpo como la física cuántica y partículas de los átomos. 

La sesión duró ochenta minutos, los dos cuerpos se comprendieron hablaban con caricias y fricción, pero decidieron que por hoy era suficiente, se vistieron sin apenas soltar una palabra, se miraron fijamente por unos pocos segundos, el cliente le dejó el dinero encima de la vieja mesita de madera donde estaban la cremas hidratantes, se despidieron escuetamente con un hasta luego y gracias. 

Pero por dentro de ellos quedó algo desconocido y con hormigueo, pero en ese momento fue una anécdota nueva. Pasaron unas pocas semanas y el cliente volvió a pedirle cita porque necesitaba relajarse y salir del estrés, necesitaba sus manos mágicas y su cuerpo desnudo perfumado de su calor natural embriagador con conexión a otro planeta hegemónico. Los dos estaban esperando a volverse a ver y comprobar si la primera sesión sólo fue un espejismo en este desierto de ciudad hambrienta de encontrar alguna luz cálida. Volvieron a realizar el mismo ritual que la primera vez, desnudarse sin mediar palabra, el masajista puso música de meditación para armonizar la sesión con acordes tibetanos. Metió sus manos en el tarro de la crema de la aloe vera, estaba muy fría, la empezó a extender por ese cuerpo templado y tembloroso, sus manos calentaban la crema y se fundía por la espalda, por las piernas, como la cera de una vela que se va derritiendo por su diminuta luz, tiritaban por dentro. El masajista solapó su pecho sobre la espalda del cliente, empezó a deslizarse sobre él con convergencia, la erección se notaba en el culo del cliente como frotaba su capullo judío circuncidado por su ano, la revolución había comenzado, deslizó sus labios protuberantes carnosos por el cuello, por las orejas del cliente sin titubear, se dejaba llevar por un impulso inconsciente, luego se tumbaron uno al lado del otro apoyando sus costados en el futón, se besaron desde fuera hasta dentro, por fin se tocaron por primera vez un órgano, el órgano que palpita y bombea sangre, luego el masajista se revolvió y se tumbó encima de su cliente se enzarzaron a lengüetazos,  bocados, y retozones, el cliente intentó follarle su culo pero el masajista no se dejó, con mucha arrogancia y seguridad, el cliente le exclamó a su oído !tú y yo sabemos que vamos a terminar haciendo el amor!, hubieron unos breves y largos segundos de respuesta espontánea, SÍ. 

Sonó la alarma, esa sesión terminó de manera regresiva y se guardaron emociones para la próxima vez.

Quedaban claras algunas preguntas no hechas entre ellos, pero sí para si mismo, había física entre ambos y resiliencia.

El masajista no se dejaba dominar por ninguna adicción, quería tener el control absoluto absurdo de sus acciones y no perder el control para no salir de su camino recto de las emociones, enamorarse no estaba en su diario de abordo, periferia vivir sin sentir, para no tener que vivir con dolor.

El cliente pidió hace mucho tiempo una orden de alejamiento hacia el amor, fue cumplida satisfactoriamente.

Hay pensamientos que son independientes de nosotros, por mucho que intentes censurarlos tienen vida propia y ajena a la razón.

Llego la tercera sesión, esa habitación, ese futón estaban preparados, de los otras dos veces aún estaba caliente, olía a cuerpos mancipados, esta vez el saludo fue más próximo y ya había unas cuantas moléculas de confianza, comenzó con el ritmo de siempre pero algo más acelerado, esta vez sí que hubo la magia decisiva. De repente tocaron a la puerta con mucha prisa, era un compañero del coworking, necesitaba su ayuda porque un cliente se había desplomado por un bajón de tensión. El destino provoca muchas incertidumbres ajenas a nosotros, esta vez no quería que ese masaje se terminará hoy, quedó esperando en la sala de espera para una próxima vez.

Al viernes siguiente, el cliente le envió un mensaje a su masajista para comer con él, quedaron en las torres, el cliente llegó 10 minutos tarde, a veces unos pocos minutos de demora pueden tener un significado de nervios relevantes.

Comieron sushi y abrieron la compuerta de la conversión intimista,  después de la comida, el cliente invitó a su masajista a su casa para continuar la charla, llegaron al apartamento, estaba gélido por la ausencia de la calefacción, para entrar en calor se metieron dentro de la cama hicieron una siesta despertando la lujuria, se empezaron arrancar la ropa a jirones, ya estaba conectada la calefacción humana, empezaron a comerse a besos y a más besos por esos dos cuerpos trémulos, el frenesí les dominaba como animales salvajes en su habita carnal, si existiera el infierno estos dos arderían en el.

El masajista se montó enzima de su cliente mientras los labios seguían unidos, eran adherentes y las lenguas entrelazadas, salivaban y la saliva se mezclaba, el masajista cogió la polla de su cliente y empezó acariciase su ano con el capullo, jugueteaba y gemían, el mismo se introdujo la polla lubricada en su culo  de porteño con curvaturas perfectamente redondas, entro hasta dentro del todo, el cliente no paraba de hacer sentadillas entrando y saliendo, la polla se descapullaba con mucha facilidad en su interior, parecía que se conocían ese culo y esa polla de siempre, encajaban como un tornillo y una tuerca, sé corrió enseguida, pero el masajista no le permitió que lo hiciera dentro, le dijo quizás más adelante, cuando te lo ganes de forma legítima, le baño todo su culo con una leche recién ordeñada, estaba muy caliente casi se lo quema, luego siguieron con el forcejeo, el cliente le cogió la polla se la acariciaba, se la metió en la boca, se la introdujo toda hasta el interior de su garganta profunda, ¡que rica!, le hizo una paja, sé corrió encima de su pecho peludo, después de tanto orgasmo estaban extenuados, se abrazaron y les salió un suspiro lánguido, permanecieron cogidos dos horas sin casi pronunciar palabra, pero si intercambiaban las miradas de conjuro etéreo, los dos estaban descomulgados, por fin.

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