Voyeurismo y el cuarto oscuro 

Leo era un observador nato, un sabueso de la honestidad, un neurocirujano de la hipocresía la cortaba con el bisturí de la verdad y se deshacía de ella, era un animal con mayúsculas.  Esa noche el vicio lo tenía subido y sublime, como la lívido y quería experimentar con la sabiduría del voyeurismo, quería satisfacerlo. No recordaba la última vez que lo practicó, últimamente lo tenía olvidado como a su gran amante que aún navegaba por las venas de su corazón.

Se dirigió a un local cochambroso de crussing y oscuro donde se practicaba sexo sin pudor, sin fronteras, ni respeto, cuando entrabas a ese pub olía a semen recién ordeñado, y se te clavaban las miradas de los que estaban dentro, esperando su turno, como el de una carnicería humana, eras un posible alimento para satisfacer el hambre del sexo express, eras un trozo de carne con forma de falo y culo.

Entró con aires de realismo, sin muchas expectativas que hubiera carne fresca, ya que estos antros estaban en declive por culpa de las malditas aplicaciones, donde era más fácil encontrar lo que querías y hacer la orgía en casa y más cómodo.

Ya estaba dentro, se acercó a la barra sin titubear, se pidió un ron con hielo y sin refresco, bebió un buen trago, él observaba a la clientela que estaban apoyados en la larga barra y en la antesala que era una especie de pub, para poder charlar y conocer algún chico, los otros chicos le observaban a él, sin tapujos. Se terminó su copa y se pidió otra, quería entrar en calor rápidamente, pagó con su móvil. El camarero de pelo corto, ojos de color marrón oscuros y pelo en el pecho, no llevaba camiseta, era un chico simpático y muy guapo, le ofreció condones, él los cogió se los guardo en el bolsillo. 

Se encontraba preparado para entrar a la trastienda, entre bastidores, el ron le animó mucho, hizo el recorrido correspondiente, se iba deslizando poco a poco por la oscuridad como un gato en celo, entró en el showroom del vicio, era una habitación grande y en el centro había una gran cama redonda, hecha a medida, color roja, recordaba a las que habían en los prostíbulos del París de principio del siglo veinte, su estilo era art decó, había unos cuantos personajes tumbados en ella, cuatro, con los pantalones desabrochados, bajados hasta las rodillas y enseñando las pollas todas duras mientras se la tocaban, esperaban su turno, había un chico de rodillas que no estaba rezando, que hacía de bufón del circo sado, iba lamiendo las pollas una a una como un chupachu, las aspiraba, las iba absorbiendo, habían pocas pollas para ese chico tan necesitado de mamar, era una manada de lobos con su presa fácil, al chico lo habían desnudado, era muy jovencito, sobre 25 años, se volvía loco comiendo pollas, se corrían por su boca y sobre su cuerpo sin pelos y piel blanca, esos cuatro hombres maduros. 

Él se tragaba el semen como si estuviera en plena lactancia, un hombre se levantó de esa cama del placer carnal para meterle su gran polla en ese culo imberbe, pero bien abierto, ese trasero tenía grandes añadas de preñadas, estaba muy experimentado en enormes folladas, se corrió en su culo le salía el semen de dentro porque no cabía más en su interior. 

Leo observaba con sus prismáticos lascivos todo ese espectáculo de sadismo, ya empezaba a sentir el hormigueo del morbo que lo tenía algo seco por el estrés del trabajo, empezó a despertársele con furia, notaba la erección de su polla entre sus vaqueros viejos y desgastados, le daba latigazos en su vástagos huevos de placer. Siguió andando por ese laberinto de local, tenía tres mini habitaciones para tener algo de privacidad, duchas abiertas donde habían un par de hombres duchándose juntos, frotándose con la fiebre loca calenturienta que se la provocaba que los vieran  magreándose, eso les excitaba muchos, les complacía la perversión de ser mirados. 

Ese antro era un parque de atracciones para adultos sin prejuicios, lo habitaban todo tipo de hombres, hasta casados con mujeres que las tenían engañadas y lo peor de todo se autoengañaban cínicamente, se encontró a un tipo corpulento de unos 50 años tumbado en el potro, atado con arneses no podía moverse, la boca la tenía tapada con una mordaza con una bola de goma, mientras otro hombre con un físico atlético y robusto le metía su gran puño con cardenales por el culo, el hombre gemía de placer y dolor,  mientras tres hombres hacían corrillo y se masturbaban con la sintonía de una orquesta filarmónica.

Leo necesitaba más, ya se había enrolado a ese ejército de sadomasoquistas, tenía que terminar de satisfacer a su parafilia, le dominaba, era un lobo aullando, gimiendo y siguió con el recorrido en el universo metasexo, deambulando por los pasillos, vio una puerta medio abierta de una de las mini habitaciones habían dos chicos con camisetas de tirantes y sin pantalones, la curiosidad le invitó a entrar, uno de ellos estaba inalando popper, estaba eufórico y desatado el otro le estaba comiendo el culo, Leo permaneció en un rincón del habitáculo, eran una pareja, el que estaba inhalando le dijo ven guapo, se empezaron a morrearse, Leo se le puso la polla dura como una espada de un ninja, el otro chico le bajó los pantalones le empezó a comer la polla mientras le comía el culo a su pareja, luego cogió la polla de Leo con su mano suave se  dirigió al de culo de su novio, le invitó a que la introdujera, Leo estaba súper excitado, empezó a sacarla y a meterla una y otra vez,   gemían los tres de placer cada uno por sus razones, dos por estar follando y el tercero por contemplar como se follaban a su chico, Leo gritaba ¡me voy a correr en tu culo!

-El novio de decía “hoy el culo de mi chico es todo tuyo, préñaselo ” 

Leo le dejó todo el culo lleno de leche muy caliente. 

El novio le decía cariño fóllame tú ahora, termíname de llenarme mi culo y dejárme embarazado, y eso hizo, fue meterla y enseguida se corrió, los tres terminaron besándose lascivamente.

Leo se vistió, se despidió con una sonrisa de placer y un hasta pronto.

Esa noche durmió como nunca.


Microrrelato El Masajista

Un día cualquiera, de cualquier día normal en la vida de una persona anónima e introvertida, el decidió salir a conocer personas de una manera diferente, llevaba mucho tiempo encerrado en su timidez, pensó que la mejor manera de abrirse e interactuar con los humanos era dando masajes tántricos, nunca lo había hecho,  quizás llegaría a explayarse y romper ese silencio que todos llevamos dentro que nos habla con pequeños susurros sinceros y atrevidos, “¡Hazlo!”

Su profesión por vocación era la física, con sus teorías y todas las fórmulas que con llevan, esta rama de la ciencia tiene muchas y las que falta por descubrir y demostrar, la física es infinita e indeterminada en algunos situaciones semejante a las personas. 

Se sentía encapsulado, quería poner en práctica la nueva teoría, el alma de la física y su cuerpo, deseaba romper su silencio interior, pensó que sus manos tenían un don, y podía trasmitirlo y conectar con otros cuerpos y llegar a tocar el alma de algún humano desconocido para conocerlo, poder relacionarse y abrirse a este mundo fatigada y estresado por las prisas y la hipocresía del desdén.

Llego el día que comenzó a dar los deseados masaje a personas anónimas y clases de yoga sin frontera, lo llamaba así porque sus alumnos mientras lo practicaban y estiraban los músculos del cuerpo para crear una distensión, alma cuerpo, lo realizaban desnudos, así la vergüenza se desvanecía por debajo de la puerta. 

Su nuevo trabajo lo ejercía en paralelo al otro, lo mantenía en secreto, ese dinero extra que le proporcionaba no le hacía falta para pagar facturas, pero corría el riesgo de que si se enterara su jefe, chafado a la antigua lo despediría, pero el riesgo valía la pena, esta vida hay que hacerla de cemento armado si no quieres que te destruyan.

Los nervios de su cuerpo corrían más rápido que la sangre por sus venas, se paró un instante en el descansillo de la habitación donde iba hacer su primer masaje, su cliente le esperaba, para los dos era la primera vez, se presentaron e intercambiaron dos besos budistas en la mejilla, le invitó a desnudarse completamente, para que el masaje fuera más fluido y levitador, los dos permanecieron sin ninguna prenda, habitaba el silencio, sus manos recorrían y se deslizaban por el cuerpo como la física cuántica y partículas de los átomos. 

La sesión duró ochenta minutos, los dos cuerpos se comprendieron hablaban con caricias y fricción, pero decidieron que por hoy era suficiente, se vistieron sin apenas soltar una palabra, se miraron fijamente por unos pocos segundos, el cliente le dejó el dinero encima de la vieja mesita de madera donde estaban la cremas hidratantes, se despidieron escuetamente con un hasta luego y gracias. 

Pero por dentro de ellos quedó algo desconocido y con hormigueo, pero en ese momento fue una anécdota nueva. Pasaron unas pocas semanas y el cliente volvió a pedirle cita porque necesitaba relajarse y salir del estrés, necesitaba sus manos mágicas y su cuerpo desnudo perfumado de su calor natural embriagador con conexión a otro planeta hegemónico. Los dos estaban esperando a volverse a ver y comprobar si la primera sesión sólo fue un espejismo en este desierto de ciudad hambrienta de encontrar alguna luz cálida. Volvieron a realizar el mismo ritual que la primera vez, desnudarse sin mediar palabra, el masajista puso música de meditación para armonizar la sesión con acordes tibetanos. Metió sus manos en el tarro de la crema de la aloe vera, estaba muy fría, la empezó a extender por ese cuerpo templado y tembloroso, sus manos calentaban la crema y se fundía por la espalda, por las piernas, como la cera de una vela que se va derritiendo por su diminuta luz, tiritaban por dentro. El masajista solapó su pecho sobre la espalda del cliente, empezó a deslizarse sobre él con convergencia, la erección se notaba en el culo del cliente como frotaba su capullo judío circuncidado por su ano, la revolución había comenzado, deslizó sus labios protuberantes carnosos por el cuello, por las orejas del cliente sin titubear, se dejaba llevar por un impulso inconsciente, luego se tumbaron uno al lado del otro apoyando sus costados en el futón, se besaron desde fuera hasta dentro, por fin se tocaron por primera vez un órgano, el órgano que palpita y bombea sangre, luego el masajista se revolvió y se tumbó encima de su cliente se enzarzaron a lengüetazos,  bocados, y retozones, el cliente intentó follarle su culo pero el masajista no se dejó, con mucha arrogancia y seguridad, el cliente le exclamó a su oído !tú y yo sabemos que vamos a terminar haciendo el amor!, hubieron unos breves y largos segundos de respuesta espontánea, SÍ. 

Sonó la alarma, esa sesión terminó de manera regresiva y se guardaron emociones para la próxima vez.

Quedaban claras algunas preguntas no hechas entre ellos, pero sí para si mismo, había física entre ambos y resiliencia.

El masajista no se dejaba dominar por ninguna adicción, quería tener el control absoluto absurdo de sus acciones y no perder el control para no salir de su camino recto de las emociones, enamorarse no estaba en su diario de abordo, periferia vivir sin sentir, para no tener que vivir con dolor.

El cliente pidió hace mucho tiempo una orden de alejamiento hacia el amor, fue cumplida satisfactoriamente.

Hay pensamientos que son independientes de nosotros, por mucho que intentes censurarlos tienen vida propia y ajena a la razón.

Llego la tercera sesión, esa habitación, ese futón estaban preparados, de los otras dos veces aún estaba caliente, olía a cuerpos mancipados, esta vez el saludo fue más próximo y ya había unas cuantas moléculas de confianza, comenzó con el ritmo de siempre pero algo más acelerado, esta vez sí que hubo la magia decisiva. De repente tocaron a la puerta con mucha prisa, era un compañero del coworking, necesitaba su ayuda porque un cliente se había desplomado por un bajón de tensión. El destino provoca muchas incertidumbres ajenas a nosotros, esta vez no quería que ese masaje se terminará hoy, quedó esperando en la sala de espera para una próxima vez.

Al viernes siguiente, el cliente le envió un mensaje a su masajista para comer con él, quedaron en las torres, el cliente llegó 10 minutos tarde, a veces unos pocos minutos de demora pueden tener un significado de nervios relevantes.

Comieron sushi y abrieron la compuerta de la conversión intimista,  después de la comida, el cliente invitó a su masajista a su casa para continuar la charla, llegaron al apartamento, estaba gélido por la ausencia de la calefacción, para entrar en calor se metieron dentro de la cama hicieron una siesta despertando la lujuria, se empezaron arrancar la ropa a jirones, ya estaba conectada la calefacción humana, empezaron a comerse a besos y a más besos por esos dos cuerpos trémulos, el frenesí les dominaba como animales salvajes en su habita carnal, si existiera el infierno estos dos arderían en el.

El masajista se montó enzima de su cliente mientras los labios seguían unidos, eran adherentes y las lenguas entrelazadas, salivaban y la saliva se mezclaba, el masajista cogió la polla de su cliente y empezó acariciase su ano con el capullo, jugueteaba y gemían, el mismo se introdujo la polla lubricada en su culo  de porteño con curvaturas perfectamente redondas, entro hasta dentro del todo, el cliente no paraba de hacer sentadillas entrando y saliendo, la polla se descapullaba con mucha facilidad en su interior, parecía que se conocían ese culo y esa polla de siempre, encajaban como un tornillo y una tuerca, sé corrió enseguida, pero el masajista no le permitió que lo hiciera dentro, le dijo quizás más adelante, cuando te lo ganes de forma legítima, le baño todo su culo con una leche recién ordeñada, estaba muy caliente casi se lo quema, luego siguieron con el forcejeo, el cliente le cogió la polla se la acariciaba, se la metió en la boca, se la introdujo toda hasta el interior de su garganta profunda, ¡que rica!, le hizo una paja, sé corrió encima de su pecho peludo, después de tanto orgasmo estaban extenuados, se abrazaron y les salió un suspiro lánguido, permanecieron cogidos dos horas sin casi pronunciar palabra, pero si intercambiaban las miradas de conjuro etéreo, los dos estaban descomulgados, por fin.

Microrrelato Lucia

Era una chiquita con cuarenta y pico años, no me acuerdo exactamente de su edad, pero siempre parecía que tenía cumplidos los dieciocho. Tenía un trapecio de vida con mucho vértigo, como su culo duro y sus piernas musculosas de tanto correr por las mañanas. Le gustaba salir hacer footing antes que el sol amaneciera, corría unos cuantos kilómetros intentando llegar a la meta, a veces lo conseguía otras se desvanecía, su meta era estar en armonía, cuerpo-mente. Su mayor logro hasta hoy, tener una buena familia que la respetaba, la quería y un puñado de amigas, cuatro y un amigo gay que la entendía como una extensión de ella y la incentivaba. 

 

Sobre todo tenía un marido incondicional que la sustentaba con su apoyo emocional y perdonándole todos sus devaneos. Su hombre estaba bien hecho, no solo por su físico escultórico, si no por inercia interna, la mayoría de los de su género deberían copiarle, por generoso, por responsable, por trabajador e igualitario. Se casó con el primer príncipe azul, que se le cruzó por su camino de juventud para evadirse de su hogar, por suerte no le salió sapo, encontrar un hombre así con esas latitudes es difícil, escasean.

 

Se había montado una falacia de vida, por fuera daba la imagen de una chica algo alegre, divertida, robusta e imbatible, con su carisma innato, no lo hacía adrede, simplemente se había maquillado demasiado para la obra de esta noche que estaba interpretando, no quería enseñar los bastidores a cualquiera, eran muy privados, uno podía imaginárselos hasta que estabas dentro. 

Hablaba a gritos porque pensaba que no la estaban escuchando y también por llamar la atención, igual que una niña, le faltaba algo de autoestima, violada por la vida, le arrancaron el amor propio en plena infancia, no había tenido un progenitor adecuado y educado, fue un malparit.

 

Yo la observaba desde todos sus puntos cardinales, cuando la miraba no me hacían falta mis gafas de cerca para ver lo que estaba palpitando en su mente, nos confesamos mutuamente, éramos almas gemelas de aura sin haber nacido del mismo vientre.

 

Bebía mucha cerveza desde la mañana a la noche, no las llegué a contarlas nunca, lo hacía para disculparse de su pasado, Lucia era mucha mujer, demasiado y una yegua salvaje con anchas caderas y muy liberal, pero las líneas rectas de la monotonía de la vida, le aburrían, le hacían saltárselas como un control de alcoholemia de la Guardia Civil cuando te detienen para hacerte un test, ella casi nunca lo pasaba, la multaban y le retiraban el carnet de la vida perfecta que marca esta sociedad tan censurable, lo hacía premeditadamente inconsciente, por esa razón necesitaba beber de vez en cuando de la aventura de un hombre que no era el suyo. Tenía dos adicciones, las cervezas y los amantes que le hacían renacer, para darle un motivo para seguir viviendo.

 

Era lasciva por conocimiento de causa, por la necesidad de sentirse arropada y valorada.

Tuvo un amante que le duró siete años, lo conoció por casualidad en un bar, los dos estaban solos, tomándose una cerveza en la barra, después de trabajar, los dos eran comerciales, el le pregunto a ella si tenía fuego, fue una excusa para poder hablarle. Ella le dio su mechero que se sacó de su bolso diminuto de imitación a piel, él le ofreció un cigarro, se salieron a fumar fuera, comenzaron a charlar del trabajo, de la presión que les ejercía no llegar a objetivos. Sus miradas se clavaban como agujas en una almohadilla de coser y pronto se perderían en el pajar de la lujuria. Él estaba casado con una mujer anodina pero con dinero.

 

Les unió el morboso sexo algo sado y a escondidas, se citaban en lugares sórdidos y alejados de la civilización. La ataba, le arrebataba toda su ropa en el asiento trasero del viejo Renault Clio, era un coche incómodo, se clavaba el freno de mano en su culo rocoso bien perfilado y sin cantos, cada vez que follaban, de ese hombre le atraía su mirada intensa, y su verborrea casposa, pero para ella era pura poesía cuando le hablaba, sentía sus palabras cómo se deslizaban desde su oído hasta su escote, al igual que su lengua cuando le lamía todo su pecho, le comía sus tetas con forma de manzana Red Delicious. La aventura extramatrimonial tenía un final, lo dejaban y volvían, discutían y eso les provocaba el morbo de terminar follando. Al final consiguió dejarlo definitivamente, era una relación cancerígena, lo bloqueo en las redes sociales y en su móvil, ella lo paso fatal fue un mal trago.

Durante un tiempo estuvo calmada, dos años de paz interior, pero poco a poco esa tranquilidad se la comía por dentro, como el óxido se come el hierro, le faltaba el aire para respirar, y el oxígeno es imprescindible para vivir.

Le llamó un viejo amigo, Fernando para pedirle ayuda, arreglarle unos papeles del trabajo y esa ayuda se convirtió otra vez en aire, oxígeno y nitrógeno, el morbazo estaba servido en la mesa. Se la follaba en la mesa del despacho, por detrás a cuatro patas sin quitarle el tanga. Ella me negaba que no iba a volver a caer en lo mismo de siempre, pero como ir en contra de ti mismo, de como tu eres, es como decirle al escorpión que no pique.

Era su energía, sus feromonas perfumadas de lujuria, lo que atraía a los hombres, y el hueco de la nostalgia de su alma deshabilitada, los encendía, los convertía en pirómanos.

Lucia no era la mujer más bella del mundo, su cara no tenía unos rasgos bien definidos, más bien redondos, con unas cejas depiladas excesivamente, ya que las tenía muy pobladas, lo mas hermoso de ella era su ojos color marrón dulces como la miel y el color de su piel bronceado natural, venía heredado de sus antepasados árabes o gitanos, nunca tuve claro su árbol genealógico. Lucia exprimía a los hombres y se los bebía a chupitos hasta no dejar ni el poso de ellos, nunca fue una ninfomana, solo disfrutaba de su coño.

 

Una noche salió de fiesta con su amigo gay, bebieron más de la cuenta, él sugirió que se quedara a dormir en su casa, compartiendo la única cama que tenía, era un invierno muy frio, la noche estaba helada, los dos borrachos, se acostaron, ella se desnudó se dejó puesto su tanga negro de encaje y una camiseta blanca de su amigo que le estaba grande, tipo camisón, el siempre dormía desnudo pero por respeto a ella se dejó puesto los calzoncillos, ella esa noche está muy frágil había llorado varias veces hablando de su infancia, le pidió a su amigo si la podía abrazar mientras dormían, necesitaba unos abrazos hogareños y sinceros, sin connotaciones sexuales, él se prestó si titubear. Ella empezó a temblar de escalofríos, era el cariño que se le metía por debajo de la piel y le acariciaba por dentro. Él le dio unos cuantos besos en la nuca para relajarla más y que encontrara la paz en el sueño, lo que consiguió fue despertar el fuego, detrás de un beso llegaron otros, el también se encendió empezó a crecerle su polla, ella la notaba entre sus entrepiernas, le quitó las bragas de manera suave, poco a poco se iban deslizando por su piernas, eso la ponía más cachonda, ella le bajó los calzoncillos, él se montó encima de ella le introdujo la polla poco a poco en su chocho depilado, fue entrado y saliendo poco a poco de su  coño, su clítores vibraba, ella gemía de placer, mientras se comían los morros, los dos se corrieron a la vez,  el orgasmo de ella fue tan fuerte que las paredes de la habitación temblaron al oír los gritos de placer. 

El le dio la ternura que ella había necesitado hace tiempo, por un momento no se sintió un objeto, se sintió una mujer amada.

Dos almas locas e incomprendidas se entendieron y se entregaron, de cuerpo y espíritu.

Ella reconoció que los hombres para ella eran consoladores pero no la consolaban 

El tuvo un sueño heterosexual, fue provocado por los devaneos de las historias de su querida amiga que le contaba.

Microrrelato Semana Santa

Me llamó un viejo follamigo, hacía tiempo que él iba detrás de mi, lo ignoraba constantemente, no era nada para mi, esa mañana llegó otro mensaje insistente de él, Viernes Santo días de crucifixiones, sermones, le dije un si rotundo, al momento sin pensarlo, realmente fue mi pene el que le contestó. Llegué a su casa a los 15 minutos, al abrirme la puerta ya le estaba metiendo la mano dentro de su viejo chándal rojo de Adidas, ya lo había visto en otras ocasiones, yo lo llamaba el uniforme de trabajo, quería saber cómo estaba su culo, si seguía igual de duro, había perdido algo de rigidez con la edad, aún estaba en su sitio. Lo traté como una puta, él lo deseaba mas que yo, me lo pedía de manera silenciosa que lo humillara eso le excitaba más y a mi me daba más morbo, la humillación es penetrante como un buen culo redondo, bien formado por nalgas duras, lo follé hasta el final con mi pene duro, lubricado, él gritaba de placer me pedía más fuerte, quería sentirme bien adentro. Él estaba a cuatro patas su espalda estaba contra mi pecho, yo lo envolvía con mis brazos fuertemente por detrás para que no se escapara, sus besos sabían a poco pero lo suficiente para calentar mi alma romántica y desconsolada por un frío invierno de amor perdido que yo había dejado atrás aún habitaba mi corazón, el seguía siendo dueño y amo total de este latifundio de sentimientos, me estaba vengando en mi interior, con un premio de consolación, me hubiera gustado que él me hubiera visto follarme a ese pobre chico, lo utilizaba como un pañuelo que sirve para limpiar las gotas del semen del prepucio después de correrte, cómo le llenaba su culo de leche caramelizada ardientemente, simplemente para darle celos, sentía que le estaba siendo infiel, esto me provocaba una mezcla de dolor y de sadismo, la humillación es generosa en placer, arrogante con muchas preposiciones y adjetivos degradantes, ¡que orgásmica es!. 

El acto duró ocho minutos, el tiempo necesario de disfrutar un polvo Fast Food, después de comérmelo, sólo dejé lo que no me interesaba de el, todo menos su culo tragón, me vestí tranquilamente, después encendí un cigarro me lo fumé sin prisas disfrutando cada calada, le tiraba el humo a su cara mientras le dije has estado genial, no has perdido entrega ni ganas, sólo flacidez, él me miró fijamente permaneció en silencio no se atrevió a contestarme, su mirada se vino abajo y aceptó otra vez lo que era para mi, un trozo de carne con un buen trasero. Cuando terminé el cigarro me despedí de él con una breve frase, nos vemos un día de estos si Dios quiere, me fui de su casa dando un portazo en la puerta y en su pobre autoestima. Esa tarde me sentí fatal por él desprecio con el que lo traté y por serle infiel a mi amor y a lo que más quiero en mi vida, la consciencia me traicionaba, me estaba siendo desleal me embargaba la cuentas de las deudas del pasado con mi destino por mis fechorías, desprecios analgésicos y traiciones. Me transformé en un lobo que quería hacer y hacerse daño, las cicatrices de luchas, peleas del pasado me habían marcado para los restos del presente,  y sobre todo del futuro.